La verdad es que me ahogo sin pena,
por lo menos he resistido al engaño:
no participé de la fiesta suave, ni del aire cómplice,
ni de la noche a medias.
Muerdo todavía y aunque poco se puede ya,
mi sonrisa guarda un amor que asustaría a dios.

Susana Thénon (Fragmento de Poema)

sábado, 29 de mayo de 2010

Semanas, ¿santas?

Nota publicada en el suplemento Rastros del diario la opinión el domingo 20 de abril de 2008. Sobre el conflicto "del campo".


Semanas, ¿santas?

* Por Dahiana Belfiori


Escribir para la sección cultural de un diario implica al menos hacerse una pregunta inicial: ¿qué entendemos por cultura? O, si se prefiere, reformulada en primera persona -como si una se estuviera cuestionando las bases de los saberes incorporados a lo largo de la propia historia personal-: ¿qué entiendo por cultura? Difícil tarea dar con una posible respuesta, aclaro desde el inicio que no es mi intención ensayarla aquí. No sólo resultaría insuficiente, sería un despropósito para tan contadas líneas. Pero la pregunta tiene relevancia, en cuanto lo que se leerá en los párrafos siguientes parecerá alejado de lo que solemos llamar “cultura”. Querría mostrar, por oposición o por descarte, que “cultura” es mucho más que aquello que vemos como espectáculo, o aquello que asociamos sólo con el arte. La cultura, o lo cultural, alude de manera profunda a la experiencia de vivir en comunidad y como tal está íntimamente relacionada con la política. Es en esa experiencia compartida en la que el entretejido social se manifiesta de muy diversas maneras. Es un entramado (¿o un amasijo?) que nos precede y por lo tanto nos conforma y condiciona.

Podremos ir desatando los nudos, descifrando las tramas, destejiendo esa herencia cultural que muchas veces nos aprisiona, nos impone formas de vida, nos ata a modelos y a moldes que debemos seguir casi sin cuestionamientos. Sin embargo, si nos animamos a mirar sin prejuicios la historia reciente de este conjunto de  tierras a las que por lo común llamamos país, veremos que existe en él una fuente de voces que se animaron a romper mandatos, a denunciar, a ejercer ese derecho de “ir en contra de”, incluso en contra de la cultura.  No se trata aquí de negar el pasado, se trata de obligarlo a hablar. De estimularlo a que nos relate, desde las diversas voces, las otras historias no contadas.

Esas voces, otras voces, multiplicidad de voces que gritan desde hace un año en las gargantas de las maestras y los maestros la increíble muerte –asesinato- de un compañero que luchaba en las calles. Carlos Fuentealba es el símbolo de una lucha marcada por la tragedia. Un reclamo que la gente (que pretendía disfrutar de su semana santa) despreciaba, que el gobierno silenciaba y que los empresarios detestaban porque implicaba cuantiosas y variadas pérdidas. Resulta curioso que al año siguiente, en otra “semana santa” nos encontráramos convulsionadxs, esta vez por otros motivos. Llama la atención, además, el altísimo apoyo “popular” que recibió la protesta del campo. Inevitablemente surgen las comparaciones. ¿Cómo es posible que la misma gente que condenaba una metodología de protesta, hoy la avale sin condiciones? ¿Con qué criterios o bajo qué intereses una protesta se ve como más legítima que otra?

Tuvo que morir Fuentealba para que nos animáramos a decir “todxs somos Fuentealba”. Y ahora resulta que así, sin más, “todxs somos el campo”, o “el campo es el pueblo” ¿Tanta es la empatía que nos genera la imagen de las y los inmigrantes que vinieron “con una mano atrás y otra adelante” que no somos capaces de “separar la paja del trigo”, sólo para seguir utilizando la misma jerga? Un amigo cordobés, Seba, con quien conversaba sobre lo que estaba pasando en el campo, me recordó un viejo dicho: “los argentinos y las argentinas descendemos de los barcos”, y agregaría que descendimos en tandas, a lo largo de varios siglos. Tomo esta frase porque creo que es así, que así nos hicimos. Nuestra herencia cultural es mayormente europea, mal que nos pese a algunxs. Pero estas tierras no son nuestras, son de quienes las habitaban y trabajaban antes de la invasión colonizadora y de otras invasiones y exterminios posteriores, o en el mejor de los casos diría que la tierra y sus frutos (que incluyen el agua) deberían ser de todxs. La gente de los pueblos originarios que, sobreviviente de aquellas terribles matanzas y de las persecuciones actuales, lucha por el acceso a una tierra que es legítimamente suya, ¿entrará en la caracterización de “pequeño productor”? Las personas de los movimientos campesinos que pelean desde hace años por una reforma agraria ¿se sentirán representadas en esta “lucha”? No es de mi interés analizar los hechos desde una perspectiva dicotómica, la que se plantea como la única realidad: gobierno versus campo. Y no me interesa simplemente porque la realidad exhibe mucho más que dos polos en tensión. En esa falsa dicotomía se enmascaran grandes y oscuros intereses que terminan perjudicando incluso al “pequeño productor” (ahora sí, ¿al que tiene algo más/menos de 100 hectáreas?) Intento señalar que antes de defender alegre, casi instintivamente una posición, deberíamos ser capaces de pensar en los múltiples significados de las diversas luchas sociales.

Y si de curiosidades y de luchas hablamos, esta semana santa además de convulsionada fue un poco más larga de lo habitual. Un feriado impuesto se enlazó como si fuera parte de la misma celebración, al tradicional festejo de estas fechas. Cargado de significaciones y, hay que decirlo, de vacíos. Para las personas católicas debería haber resultado al menos paradójico esto de unir casi sin distinción el recuerdo y conmemoración anual de la resurrección, a la memoria de uno de los mayores crímenes organizados y perpetrados por el estado de la historia de nuestro país. ¿O es que acaso ya no somos capaces de hacer memoria?

*dahiabell@yahoo.com.ar


Nota:  En algunos enunciados del artículo he optado por utilizar la letra x a los fines de hacer visible que el uso de la categoría género no se reduce a lo masculino y a lo femenino. De lo que se trata es de romper la dicotomía genérica femenino / masculino. Es una posibilidad, entre muchas otras, de ensayar un uso no sexista de la lengua desde la escritura. Para una ampliación sobre el tema, así como para disponer de herramientas en el lenguaje hablado, se puede consultar el libro “Porque las palabras no se las lleva el viento. Por un uso no sexista de la lengua.” de Teresa Meana Suárez. O visitar la siguiente página web: http://www.artemisanoticias.com.ar/site/notas.asp?id=45&idnota=4524

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