La verdad es que me ahogo sin pena,
por lo menos he resistido al engaño:
no participé de la fiesta suave, ni del aire cómplice,
ni de la noche a medias.
Muerdo todavía y aunque poco se puede ya,
mi sonrisa guarda un amor que asustaría a dios.

Susana Thénon (Fragmento de Poema)

domingo, 30 de mayo de 2010

Memoria Inconveniente

Aquí copio una nota que fue tapa del suplemento Rastros del diario La opinión de Rafaela, y que no cuenta con versión on-line. Trata sobre la Fuga de la antigua cárcel de mujeres de la ciudad de Córdoba, ahora convertida en un "paseo". Fecha de publicación: domingo 8 de junio de 2008.

 

Tapa:

Memoria inconveniente

En mayo de 1975, veintiséis mujeres protagonizaron una fuga de la cárcel del Buen Pastor, ubicada en Córdoba. Hoy, a 33 años de aquel episodio y con el lugar convertido en un prolijo paseo adecuado al consumo capitalista, otro acto de resistencia le otorga una nueva significación. Mientras tanto, las ex presas políticas continúan sosteniendo: “nuestro compromiso es construir una sociedad para todos y todas”.

Interior:

Las que escribieron la historia

Por Dahiana Belfiori*

El sábado 24 de mayo, en la ciudad de Córdoba, se realizó un particular paseo por el ahora llamado “Paseo del Buen Pastor”, lugar donde funcionó durante muchos años una cárcel de mujeres. Este espacio, testigo de detenciones y torturas durante la última dictadura militar, hoy pretende ser un sitio para la memoria y la cultura y no es más que otro símbolo del capitalismo acérrimo. Allí, y en un acto de recuperación y de construcción activa y colectiva de la memoria, ex-presas políticas relataron la historia de una fuga.
                                                                                                     


¿Qué significa huir, fugarse, escapar? Quizás estas palabras suelan remitirnos a la imagen de la manifestación de la cobardía, de no poder enfrentar la realidad, de no poder o  no querer asumir responsabilidades. Sin embargo a veces la ambigüedad de los términos y su incapacidad para significar ciertos hechos, nos juegan una mala pasada. La fuga de la que voy a hablar no tiene rastros de cobardía. Es un símbolo de lucha, de compromiso, de resistencia. Y tiene como protagonistas a veintiséis mujeres.
En un espacio que pretende ser de cultura y de memoria, aparece la mirada serena pero firme de las mujeres allí reunidas que insinúan el camino. Existe un imperativo: acercarse. Pero no es de esos construidos por la historia oficial, es más bien aquel que surge de la inquietud interna, de la necesidad de hallar respuestas. Y entre aquellos ojos que miran -que nos miran- y esa especie de guía interior, hay una línea casi imperceptible que nos une, que nos agrupa, que nos re-une para resignificar y recuperar la historia, como casi siempre, la no contada.
Ellas están ahí para decirnos en voz alta lo que vivieron en sus cuerpos y en sus corazones. El recuerdo de la fuga del 24 de mayo de 1975, nos convocó, treinta y tres años después y por primera vez, a unas cien personas a dar un intenso paseo por el ahora  llamado “Paseo del Buen Pastor”. Ubicado en pleno centro de la ciudad de Córdoba,  que por aquellos años y durante muchos años más fuera cede de una cárcel de mujeres. Presas políticas, presas sociales, mujeres torturadas, voces acalladas entre esas paredes que hoy, cínicamente, parecen no registrar su paso, su permanencia y su resistencia.  Sí, resistencia. Porque a pesar de haber sido injustamente encerradas, aquellas mujeres que durante más de veinte días venían sosteniendo una huelga de hambre dentro del penal, al mismo tiempo organizaban su salida. Fuga que sería la “piedra en el zapato” del por entonces interventor, Brigadier Lacabanne, quien mientras declaraba aniquilada en Córdoba a la “subversión” en el Tedeum que se realizaba en al actual Teatro Libertador San Martín, era informado de la huida de veintiséis mujeres de la cárcel del Buen Pastor.
Resistían entonces, mujeres de cuerpos jóvenes, que luchaban por un mundo mejor, que pretendían una sociedad de la inclusión, antes, durante y después de su injusto encarcelamiento. Resisten ahora, mujeres de miradas jóvenes, que habiendo sido protagonistas y artífices de aquellos increíbles hechos, de los que nueve compañeras permanecen desaparecidas, nos enseñan con su ejemplo y con su andar que los caminos los hacemos entre todos y todas. Nos enseñan que nadie puede imponernos una memoria falsa, reconstruida sobre la fachada de “paseos de la memoria” que fueron espacios de detención y de tortura. Aprendemos que no somos seres aislados, que no hay encierro que aniquile el deseo y el poder que surge del estar y del hacer con otras personas. Aprendemos que la memoria es un ejercicio activo de construcción.
Las histériqas, las MuFAs y las Otras, una colectiva de activistas feministas de Córdoba, organiza esta “visita guiada al paseo del torturador”, expresión que anula el eufemismo de la palabra “paseo” que impuso el poder de turno, e invita a las ex-presas políticas a compartirnos su historia. Allí la voz de estas valientes mujeres nos acompaña durante casi dos horas. Además de mostrarnos el lugar de la fuga, que hoy no es más que un lujoso café en el que sólo algunas pocas personas pueden degustar su aroma, nos cuentan la manera en que vivían sus días dentro del penal. Y por fuera, personas, que miran sin entender, que oyen sin escuchar. Absortas en su mundo efímero edificado sobre el dolor y el sacrificio ajeno, no alcanzan a comprender el significado de ese andar, de ese compartir el camino.
Para quienes caminamos las antiguas galerías, ahora “renovadas”, resulta irónica esa separación, tan evidente, entre quienes pueden acceder a un espacio que se mide en un valor de cambio altísimo, verdaderos presos del mercado de consumo, y quienes permanecen por fuera deseosos de entrar, de “ser parte de” (no se de qué ilusoria “felicidad”), sentados sobre prolijos espacios de césped plantado. Es por ello que esa caminata adquiere un sentido profundo de compromiso. En ese acto de pisar, de hablar desde el testimonio de lo vivido, de escuchar, de acompañarnos, surgen las “voces que construyen colectivamente este discurso de memoria”, memoria “inconveniente” y desobediente a los lugares impuestos y a los discursos desplegados por quienes sostienen y perpetúan por medio del poder este sistema de exclusión.

*dahiabell@yahoo.com.ar

sábado, 29 de mayo de 2010

Semanas, ¿santas?

Nota publicada en el suplemento Rastros del diario la opinión el domingo 20 de abril de 2008. Sobre el conflicto "del campo".


Semanas, ¿santas?

* Por Dahiana Belfiori


Escribir para la sección cultural de un diario implica al menos hacerse una pregunta inicial: ¿qué entendemos por cultura? O, si se prefiere, reformulada en primera persona -como si una se estuviera cuestionando las bases de los saberes incorporados a lo largo de la propia historia personal-: ¿qué entiendo por cultura? Difícil tarea dar con una posible respuesta, aclaro desde el inicio que no es mi intención ensayarla aquí. No sólo resultaría insuficiente, sería un despropósito para tan contadas líneas. Pero la pregunta tiene relevancia, en cuanto lo que se leerá en los párrafos siguientes parecerá alejado de lo que solemos llamar “cultura”. Querría mostrar, por oposición o por descarte, que “cultura” es mucho más que aquello que vemos como espectáculo, o aquello que asociamos sólo con el arte. La cultura, o lo cultural, alude de manera profunda a la experiencia de vivir en comunidad y como tal está íntimamente relacionada con la política. Es en esa experiencia compartida en la que el entretejido social se manifiesta de muy diversas maneras. Es un entramado (¿o un amasijo?) que nos precede y por lo tanto nos conforma y condiciona.

Podremos ir desatando los nudos, descifrando las tramas, destejiendo esa herencia cultural que muchas veces nos aprisiona, nos impone formas de vida, nos ata a modelos y a moldes que debemos seguir casi sin cuestionamientos. Sin embargo, si nos animamos a mirar sin prejuicios la historia reciente de este conjunto de  tierras a las que por lo común llamamos país, veremos que existe en él una fuente de voces que se animaron a romper mandatos, a denunciar, a ejercer ese derecho de “ir en contra de”, incluso en contra de la cultura.  No se trata aquí de negar el pasado, se trata de obligarlo a hablar. De estimularlo a que nos relate, desde las diversas voces, las otras historias no contadas.

Esas voces, otras voces, multiplicidad de voces que gritan desde hace un año en las gargantas de las maestras y los maestros la increíble muerte –asesinato- de un compañero que luchaba en las calles. Carlos Fuentealba es el símbolo de una lucha marcada por la tragedia. Un reclamo que la gente (que pretendía disfrutar de su semana santa) despreciaba, que el gobierno silenciaba y que los empresarios detestaban porque implicaba cuantiosas y variadas pérdidas. Resulta curioso que al año siguiente, en otra “semana santa” nos encontráramos convulsionadxs, esta vez por otros motivos. Llama la atención, además, el altísimo apoyo “popular” que recibió la protesta del campo. Inevitablemente surgen las comparaciones. ¿Cómo es posible que la misma gente que condenaba una metodología de protesta, hoy la avale sin condiciones? ¿Con qué criterios o bajo qué intereses una protesta se ve como más legítima que otra?

Tuvo que morir Fuentealba para que nos animáramos a decir “todxs somos Fuentealba”. Y ahora resulta que así, sin más, “todxs somos el campo”, o “el campo es el pueblo” ¿Tanta es la empatía que nos genera la imagen de las y los inmigrantes que vinieron “con una mano atrás y otra adelante” que no somos capaces de “separar la paja del trigo”, sólo para seguir utilizando la misma jerga? Un amigo cordobés, Seba, con quien conversaba sobre lo que estaba pasando en el campo, me recordó un viejo dicho: “los argentinos y las argentinas descendemos de los barcos”, y agregaría que descendimos en tandas, a lo largo de varios siglos. Tomo esta frase porque creo que es así, que así nos hicimos. Nuestra herencia cultural es mayormente europea, mal que nos pese a algunxs. Pero estas tierras no son nuestras, son de quienes las habitaban y trabajaban antes de la invasión colonizadora y de otras invasiones y exterminios posteriores, o en el mejor de los casos diría que la tierra y sus frutos (que incluyen el agua) deberían ser de todxs. La gente de los pueblos originarios que, sobreviviente de aquellas terribles matanzas y de las persecuciones actuales, lucha por el acceso a una tierra que es legítimamente suya, ¿entrará en la caracterización de “pequeño productor”? Las personas de los movimientos campesinos que pelean desde hace años por una reforma agraria ¿se sentirán representadas en esta “lucha”? No es de mi interés analizar los hechos desde una perspectiva dicotómica, la que se plantea como la única realidad: gobierno versus campo. Y no me interesa simplemente porque la realidad exhibe mucho más que dos polos en tensión. En esa falsa dicotomía se enmascaran grandes y oscuros intereses que terminan perjudicando incluso al “pequeño productor” (ahora sí, ¿al que tiene algo más/menos de 100 hectáreas?) Intento señalar que antes de defender alegre, casi instintivamente una posición, deberíamos ser capaces de pensar en los múltiples significados de las diversas luchas sociales.

Y si de curiosidades y de luchas hablamos, esta semana santa además de convulsionada fue un poco más larga de lo habitual. Un feriado impuesto se enlazó como si fuera parte de la misma celebración, al tradicional festejo de estas fechas. Cargado de significaciones y, hay que decirlo, de vacíos. Para las personas católicas debería haber resultado al menos paradójico esto de unir casi sin distinción el recuerdo y conmemoración anual de la resurrección, a la memoria de uno de los mayores crímenes organizados y perpetrados por el estado de la historia de nuestro país. ¿O es que acaso ya no somos capaces de hacer memoria?

*dahiabell@yahoo.com.ar


Nota:  En algunos enunciados del artículo he optado por utilizar la letra x a los fines de hacer visible que el uso de la categoría género no se reduce a lo masculino y a lo femenino. De lo que se trata es de romper la dicotomía genérica femenino / masculino. Es una posibilidad, entre muchas otras, de ensayar un uso no sexista de la lengua desde la escritura. Para una ampliación sobre el tema, así como para disponer de herramientas en el lenguaje hablado, se puede consultar el libro “Porque las palabras no se las lleva el viento. Por un uso no sexista de la lengua.” de Teresa Meana Suárez. O visitar la siguiente página web: http://www.artemisanoticias.com.ar/site/notas.asp?id=45&idnota=4524